viernes, 17 de mayo de 2013

Marcas de infancia

A veces crecer implica saber decir adiós.

Aunque desde hace un tiempo ya no vivimos ahí, hoy me despedí de un lugar en donde crecí, pase casi 20 años de vida y miles de aventuras que involucraron muchos sentimientos.
En cada rincón de Michoacán #6 aún se escuchan las risas compartidas, se perciben los escondites favoritos y las marcas que dejó mi infancia.
Los árboles susurran las historias que pasamos, los amores, las amistades y las soledades.
Por el pavimento percibo las ruedas de la bicicleta en la que aprendí a volar, por las paredes del patio quedan las marcas del balón que mi hermano pateaba cada tarde, cuando convertía un pequeño pedazo de pasto en estadios inmensos, frecuentemente el grito "bolita por favor" se hacía presente cuando la volábamos al terreno de junto.
Al ver las escaleras y patios, aún se alcanzan a ver restos del castillo que construía con mis vecinas que en ese tiempo eran como mis hermanas, en donde comíamos manjares echos de lodo, adornados con flores y multisabores, ese mismo castillo que convertíamos en tiendita, en cancha de "kickball", pista de patinaje, terreno para jugar a "las traes" , "tin tin corre"y cada cosa que inventábamos en tardes eternas de juegos e imaginación, de travesuras que ponían a prueba nuestra inteligencia y pusieron los cimientos de lo que somos; pues si algo tuvo de ventajas vivir ahí fueron las áreas verdes en las que aprendí, hice amigas, me caí y me levanté año tras año.

Ya adentro, en los rincones del departamento, aún veo a mi familia festejando cumpleaños, apretaditos en la mesa pero contentos.

Al asomarme por la ventana recuerdo cómo era el paisaje hace tiempo, sin tantos edificios y un par de gallinas enfrente, más claro el cielo, los árboles no tan altos y los sueños por delante.

Cuando entro a mi cuarto, aún escucho las voces de las pijamadas y si presto atención, me veo a mí misma asomada por mi rincón alto, buscando la luna para crecer con ella.
En la cocina, quedan pedacitos de las galletas que hicimos cuando nos creíamos chefs;
 en la sala, el arbolito de navidad tiene unas luces que se prendían con las ilusiones que nos causaban los seres mágicos que estarían por llegar.

Se ha quedado inmortalizada una imagen, en el pasillo hacia la puerta, en la que mi hermano y yo cargamos nuestras mochilas para ir a nuestro primer día de clases en el Colegio Madrid.

Ese y muchos instantes más, vivimos en ese espacio que ya no será más que un recuerdo para nosotros y la prueba de que los sueños se pueden alcanzar, pues a pesar de que yo prefería viajar más que comprar una casa, dejar ese departamento sin duda ha significado un crecimiento para todos y muchas nuevas satisfacciones.

Agradecer, creo que también es parte de crecer, así que  gracias Michoacán #6, por todo lo vivido pues mucho de lo que soy hoy te lo debo a ti.


Antes de irme de ahí, veo como un par de niñas corren felices por los jardines,
mientras las contemplo por un instante, pienso que la vida es corta y que siempre se disfruta más cuando tus recuerdos de infancia te sacan sonrisas y te permiten vivir de nuevo instantes de felicidad.






jueves, 9 de mayo de 2013

De vientos y Buenos Aires


Salgo del cuarto en el que duermo con 2 argentinas de provincia, una colombiana y una venezolana, quienes rentamos en la casa de una uruguaya ubicada cerca del centro de Buenos Aires.
Me dirijo a comprar leche en el local de los chinos, en dónde todo es más barato y aunque de dudosa calidad es una buena opción para una estudiante mexicana.
En la esquina me encuentro con un par de jóvenes fumando marihuana y paso sin prestarles mucha atención. Antes de llegar observo como un hombre, sube a su auto lujoso a una trabajadora sexual, quién a pesar de la hora, ya comenzó sus labores. Al distraerme me tropiezo con una bolsa  de desechos del Starbucks, al parecer no han pasado a recogerla, probablemente porque los transportistas volvieron a frenar sus labores por demandas de los trabajadores.
Cuando llego a la primera tienda de los chinos me doy cuenta de que está cerrada, así que sigo caminando a la avenida para buscar otro local comercial. A lo lejos se escuchan los gritos de las madres en Plaza de mayo, exigiendo justicia por sus hijos desaparecidos durante una de las dictaduras.
En la siguiente esquina, un hombre duerme en un colchón viejo tapándose del frío con cartones y a pocos metros, de un edificio lujoso sale una joven paseando a 6 perros que llevan un mejor abrigo que el hombre dormido.
En el hospital más cercano, hay una fila grande de personas esperando para entrar, mientras vendedores ambulantes les ofrecen diferentes productos, el sonido de un avión que pasa cerca, despierta a un niño.
En esos momentos viene a mi cabeza una de mis tías diciéndome “Ché, acá las cosas van de mal en peor, no podemos cambiar nuestro dinero a dólares y cada vez estamos más pobres, nunca podremos viajar a México, no nos alcanza para subirnos a un avión, a veces ni para comprar medicinas” callada la observo y le doy un sorbo al mate que me preparó; me cuanta que las cosas en provincia son peores que en la capital. Ella y sus hermanas son de San Juan, del norte, en donde los climas son extremos y la vida tranquila, viven con lo básico, sin lujos.
Cuando llegué a conocer la tierra de mi familia, percibí un olor a viejo, parecía como si el tiempo no hubiera pasado por ahí, muchas calles no están pavimentadas y las gallinas y vacas forman parte de las casas. Todos se conocen y frecuentan los mismos lugares, tal vez como algunos pueblos de México.
La producción de vino es su especialidad aunque cada vez hay más competencia y el cambio climático se las está complicando.
Mientras comemos un asado las pláticas de política están prohibidas, aunque es clara la división entre los que están de acuerdo en que siga la minería a cielo abierto a cargo de empresas canadienses y los que no; su conclusión es que al final no hay nada que hacer, los políticos siempre hacen lo que quieren con los recursos.
Sigo caminando para comprar la leche, encuentro abierto un pequeño local a un lado de un espacio tomado que se usa como bachillerato popular, en donde se anuncia la presentación de una murga, emocionada apunto el lugar y la hora, las murgas me gustan porque muestran organización y resistencia; muchas tienen contenido de sátira política y con su música y vestuario alegran la vida en las calles.
Cuando entro a la tienda escucho los gritos de unos señores, al principio me asusto pero al poco tiempo me doy cuenta de que no es más que el festejo de un gol.
Saliendo de las compras decido tomar otro camino de regreso, a la vuelta me encuentro con varias personas de diferentes edades vestidos igual cantando dentro de un parque. Me acerco y confirmo que como imaginaba, forman parte de un grupo religioso. En Buenos Aires como en México, muchas historias se tejen entre el fútbol y la religión.
Antes de cruzar la calle, una ciega me pide que le ayude, la acompaño un par de cuadras, mientras intercambiamos algunas palabras, un joven rosa mi hombro corriendo, mi acompañante me pregunta por lo que pasa, pocos segundos después un par de policías atrapan al hombre, lo golpean  y le quitan la mochila que lleva para entregarla a un adolescente con uniforme escolar. Le describo la situación a la ciega que va conmigo, le digo que supongo que en este mundo a veces es mejor no ver lo que pasa; sonríe y contesta: estas cosas me duelen igual aunque parece que no las vea, me río apenada y nos despedimos, me queda una sensación extraña.
Decido sentarme unos segundos en un parque a ver a una pareja bailar tango, la pasión entre ambos me hace sentir de nuevo que en la vida hay mucho que disfrutar.


A pesar de que Latinoamérica esté llena de estas situaciones que evidencian la desigualdad, reproducen sistemas de explotación y buscan imponer modelos ajenos a sus realidades; son muchas las personas que están luchando y construyendo alternativas, ya sea para evitar que las dictaduras regresen o promover que se tome en cuenta a quienes forman parte de lo que parecen minorías y se les permita llevar a cabo una vida digna.
Parques, espacios tomados, la universidad, teatros, librerías, bibliotecas públicas, etc. son espacios en los que se puede generar resistencia y cultura, pero sobretodo experiencias educativas, de esas que transforman , que dejan de disfrazar a los derechos en servicios y permiten que cada ser humano pueda ejercer su libertad y transformar su historia .
Argentina es un ejemplo de que a pesar de las adversidades, es posible la organización, es un lugar en donde la palabra colectivo se ha vuelto un asunto  de construcción  cotidiana y la palabra mate no se relaciona con matar, sino con matear, este verbo que es sinónimo de compartir y que es una invitación para que estemos donde estemos busquemos pretextos para contar nuestras historias, compartirlas y aprender de ellas.

lunes, 6 de mayo de 2013

¿Desde dónde construimos la lucha por la vida?



Estos días, ha sido una pregunta que ha girado en diferentes espacios a lo largo del VII Seminario Internacional Freiriano. "Luchando por la vida digna: un grito colectivo."
En el que personas de aquí y de allá (UPN, UNAM, ENEO-Neza) nos organizamos para construir un espacio para el diálogo y para compartir experiencias que nos permitan leer mejor la realidad para transformarla.
Sin perder el espíritu Freiriano que nos convocó, la reflexión sobre nuestra práctica nos permitió posicionarnos con respecto a los acontecimientos que suceden en nuestro país.

Es cierto que basta con salir a las calles para percibir la pulsión de muerte que nos rodea, a diario nos enteramos de un sin número de actos que muchas veces reflejan una crueldad humana difícil de creer.

¿Qué lleva a un ser humano a destruir a otro?
Esto es difícil de contestar pues pienso que pueden ser muchas razones, sin embargo, también pienso que no hay razón suficiente que valga.
En los diferentes ámbitos, el laboral, familiar, escolar, etc. se presentan situaciones de agresión que es necesario identificar para evitar, pues poco a poco se agudizan y pueden terminar con la vida tanto propia como de alguien más.
Partiendo de la premisa de que tanto el Eros (pulsión de vida) como el Tánatos (pulsión de muerte) se encuentran en nosotros y limitan nuestras acciones, debemos ser capaces de reconocer cuando actuamos desde una u otra y las consecuencias que puede haber.
La complicación en cualquiera de los casos se encuentra en que no siempre es la razón la que nos guía, de hecho la mayoría de las veces actuamos desde las emociones, siendo estas las que nos inclinan a uno u otro lado de la balanza y por lo tanto las que con mayor medida debemos conocer y canalizar.
Otra complicación se encuentra en el sistema del que formamos parte en el cual a cada momento se nos invita a competir, consumir, sobresalir, a tener más a costa de cualquier cosa y por encima de quién sea, poniendo como normales las condiciones de vida de muchos y muchas que no cubren sus necesidades primarias y mostrando la violencia como algo de la vida cotidiana; en algunos casos el ser humano se convierte en un número y en los medios de comunicación con frecuencia aparece "40 desaparecidos" "100 cuerpos" etc. haciéndonos cada vez más insensibles ante la destrucción de la vida, no sólo humana sino del planeta entero.
Con todo esto, ¿desde dónde construimos la lucha por la vida?
¿Cómo hacer para que a pesar de lo que nos rodea, nuestras acciones tiendan hacia la vida y eviten que se siga negociando con nuestra dignidad?
Dignidad es otra palabra que parece que se nos ha olvidado, en ocasiones no sabemos siquiera definirla y por lo tanto defenderla, lo cierto es que desde mi punto de vista la lucha por la vida y la dignidad deben de ir de la mano pues vivir sin dignidad no es vivir.
Luchar por una vida digna ¿Qué implica?
Quizá caminar sin pisar ni ser pisados por nadie, conocer nuestras historias y hacernos responsables de transformarlas, escuchando todas las voces posibles sin caer en manipulaciones, ejerciendo nuestra libertad y construyendo posibilidades que a todos y todas nos permitan, además de cubrir nuestras necesidades primarias, desarrollar nuestra creatividad y en ella canalizar nuestras emociones.
Quizá en la medida en que más personas tengamos una vida digna, será menos la violencia que se desate hacia otros, que muchas veces es producto de la desigualdad o del poco respeto que nos tenemos a nosotros mismos y por lo tanto a los que nos rodean; producto de un sistema que nos oprime y nos invita a reproducir ciertas prácticas.

Cada uno sabemos qué actividades nos permiten tener una vida digna, está en nosotros luchar por ellas y encontrar las formas de canalizar nuestras emociones y dejar que la pulsión de vida sea más fuerte que la de muerte.
Tal vez nuestras formas de luchar deban comenzar por transformar lo que nos indigna en cualquiera de los espacios y tiempos de los que formemos parte.

Al final, a pesar de todo, está en nuestras manos hacer lo que históricamente es posible y que cada vez sean más y mejores las historias que podamos contar.