Creo que mi vida se ha medido en risas,
momentos que me han dejado sin aliento,
grandes amistades que me han acompañado,
en aquellos que como mi familia me han apoyado,
en levantadas de caídas,
en besos y abrazos recibidos y dados, en viajes emprendidos.
Mi vida se mide en metas alcanzadas,
en comidas disfrutadas, pérdidas enfrentadas,
en bailes inconclusos, caminos emprendidos.
Se mide en juegos empezados, instantes inolvidables,
aprendizajes compartidos, páginas terminadas, chistes reídos.
Se mide en caricias, palabras, miradas.
Calores, fríos, miedos, esperanzas.
En atardeceres, amaneceres, contemplaciones.
Se mide en muecas, paseos, bondades, amores.
No se mide en años.
Pero y si sí, ¿A qué saben los años?
Saben a deseos, a placeres, dolores, frustraciones, luchas y sonrisas, a veces a tiempos amargos pero sobretodo a tiempos venideros, a posibilidades.
¿Qué saben los años de vida?
Los años no saben nada de vida, pero sin saber, sienten, a veces pesan y en todo momento transforman.
La vida No se mide en años,
si a caso en baños, mañas y hazañas.
Si a caso se mide en sueños.
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