El viaje a Playa Ventura que llevábamos planeando más de dos
meses por fin llegó.
Cinco parejas disparejas (entre novios, primos, amigos,
hermanos, desconocidos) y Akiles, un galgo simpático, nos dispusimos en la madrugada del sábado 12
de abril a salir huyendo del Distrito Federal para tocar otros aires.
En el camino nos
detuvimos por la tradicional cecina de 4 Vientos y entre eso y algunos retrasos
de velocidad nuestro camino fue de 7 horas aproximadamente.
Llegamos al Mesón Casa de Piedra, en donde sería nuestro
hogar por los siguientes 6 días; Israel, Juani, Radka, Antonio, José y por
supuesto Dylan, fueron nuestros principales anfitriones, sin olvidar a Darma y
Blacky, un par de gran (de verdad gran) daneses que hicieron aún más completa
la bienvenida.
El mar nos recibió agitado y acompañado del viento; el
paisaje nos recordaba que las vacaciones ya habían comenzado.
Al principio, en un lugar tan tranquilo y sencillo como lo
puede ser una playa virgen, 6 días parecían demasiado, sin embargo el tiempo
pasó rápido.
Muchas sorpresas nos tocaron. El primer y segundo día la luna llena impactante nos
acompañó mientras bailábamos, el tercero pudimos ser parte de la liberación de
tortugas y entusiasmarnos sabiendo que en nueve años algunas de las que logren
sobrevivir al mar y sus dificultades regresarán al mismo lugar ¿estaremos ahí
para verlo? ¿qué será de nosotros y nosotras en nueve años? No lo sabemos.
El cuarto día disfrutamos la luna con el eclipse que con el
sonido de las olas se hacía aún más imponente.
El quinto, la tradicional fogata nocturna hizo presente el único elemento que faltaba; el fuego.
Entre juegos, risas, volibol playero, esquiada en el mar, hamacas y atardeceres, las horas se pasaban como agua, los antojos nos invadían y en la
noche nos deleitábamos con pizzas hechas por un italiano que se había quedado
en México enamorado del clima y de una mexicana.
Por si todo esto fuera poco, la última noche pudimos
disfrutar del plancton que en las olas y con el movimiento brillaba como si las
estrellas se pudieran tocar.
Hot cakes, ostiones, chocomilk, pescado, camarones y otros
platillos alimentaban nuestro paladar y nuestra paciencia pues lejos de la
ciudad los tiempos son diferentes y los ritmos más clamados.
Nuestros días allá terminaron a la par que la vida de Gabriel García Márquez que se fue con la sacudida de la tierra,
la cual a pesar de que había tenido el epicentro en Guerrero se sintió sólo un poco.
Nuestro viaje terminó, el regreso se hizo pesado pero
lo que vivimos y compartimos quizá se quede en nuestras memorias mucho más
tiempo de lo que pensamos.
Playa Ventura con todo y la picadura de “mantis” fue una
gran aventura a la cual quizá regresemos, aunque tenga pulga.
Ojalá quién ocupe esta playa virgen lo siga haciendo con la conciencia ecológica que merecen los paraísos terrenales que están lejos de venderse, lejos de la explotación, que cuidan la vida y buscan estar en armonía con los ecosistemas que no quieren proyectos de "desarrollo" ni volver las playas mexicanas un basurero de grandes construcciones, bares, antros y excesos que no hacen falta en donde hay mar, cielo, tierra, aire..vida.
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