Sol intenso y aire que despeina las conciencias,
un Oxxo a 2 metros que suelta el calor que sus refrigeradores expulsan,
la hora de comida Godin, se ve interrumpida por un acontecimiento que nos saca de la cotidianidad.
Dando pasos mientras platicamos Gaby y yo, a ella la deslumbra el reflejo de una pantalla que reposa en la banqueta y la cual me señala; ambas nos sorprendemos pues un teléfono móvil alias "celular" de importantes proporciones reside abandonado sobre el pavimento mientras ambas nos volteamos a ver con cara de sorpresa.
Por la cabeza nos pasan muchas cosas y es por ello que volteamos a todos los lados posibles nuestro cuello, mirada, cuerpo para cerciorarnos de que el dueño o dueña no se encuentra por ahí o de que no se trata de alguna mala broma pues es común sentirse tan importante de vez en cuando que consideres probable haber sido elegido como un personaje estelar de algún programa de sorpresas de la televisión.
Cuando esas opciones se nos agotaron, ella se agachó para recogerlo y en menos de 10 segundos recorrieron mi mente varias imágenes que iban desde la posible oreja que había reposado en ese aparato hasta las angustias (liberación) que podría estar sufriendo alguien que se viera desposeído de esa tan importante pertenencia en la actualidad que sirve para pedir transportes, mandar mensajes, pagar, escuchar voces, conectar personas (o desconectarlas) escuchar música, chismear, informarse, jugar, tomar fotos, enviar correos, ubicar lugares, buscar restaurantes, comprar boletos, alumbrar, escribir, leer y bueno hacer llamadas.. en fin cubrir una serie de necesidades de la posmodernidad. Es decir que el dueño o dueña estaba completamente desarmado, desalmado, desatado.
Nosotras decidimos que debíamos intentar comunicarnos con alguien que apareciera en los contactos del aparato para decirle que si podía ubicara a este sujeto y lo calmara de su ansiedad, diciéndole que tuvo suerte y ni mi amiga ni yo pensábamos quedarnos con su celular (ya con el que tenemos es más que aplastante) así que era cuestión de que pasara a recuperarlo y listo.
El misterio comenzó cuando descubrimos que de los contactos registrados sólo aparecía una tal Chelita y una Comadre, en sus correos aparecía su nombre y en su whatsapp muy poco chisme (buu) - la verdad esa tan poca actividad nos hizo sospechar que tal vez se trataba de un personaje al que le habían indicado abandonar el celular después del delito y dejar muy poca información en él- por momentos nos sentimos unas detectives iluminadas que debían resolver el misterio- así de grande nuestro autoestima- pero no nos duró mucho la emoción pues minutos después de comenzar con nuestras hipótesis llamó el dueño y le dimos indicaciones para que recogiera a su aparato/arma posmoderna/ cadena perpetua de la comunicación/alma de enajenados.
En su voz se escuchaba una incredulidad clara acompañada de un agradecimiento desmedido, parece que no es común que las personas regresen lo que no es de ellas.
En nuestro caso, no hubo opción, eso nos enseñaron y como pedagogas es muy difícil traicionar lo que dice el aprendizaje.
Sin embargo, no pudimos dárselo en persona pues algo aún nos causaba desconfianza, así que lo dejamos con el "poli" de la entrada (esos personajes a quienes les toca arriesgarse a "malos" actos, injusta la vida)
Al final, un tal Julio Cesar Chávez pasó por lo que era de él y en su lugar dejó un chocolate para dos.
La sensación de que aún en la posmodernidad hay en quienes se puede confiar; sabe a chocolate.
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