El 8 de marzo mi madre y yo llegamos juntas a la marcha a encontrarnos con el contingente violeta sobre Reforma, se enchinó nuestra piel al escuchar las primeras consignas : ¡Mujer, hermana, si pega no te ama! seguido comenzaron unos aullidos a resonar en nuestros oídos, aullamos también, las vibraciones de nuestra voz se sentían diferentes.
La siguiente consigna fue ¡Verga violadora, a la licuadora! no pude evitar que me diera un poco de risa, sobre todo porque era la primera vez que escuchaba esas palabras "altisonantes" con mi madre a lado, nos miramos y gritamos igual, desde adentro, con coraje sólo de imaginar a las mujeres que han sido violadas. De pronto mi madre dijo ¡sí! ¡con cuchillo eléctrico hay que cortársela a los cabrones! nos reímos, pero la risa no quita lo indignadas.
Seguíamos avanzando, miramos niños en carriolas con letreros hechos por ellos que pedían calles seguras para caminar con sus mamitas, vimos señoras levantando escobas de brujas, mujeres jóvenes sin playera y con poesía escrita en sus cuerpos, hombres con sus hijas saltando al grito de ¡el que no brinque es macho! o ¡Con falda o pantalón respétame cabrón! Aunque era una marcha de mujeres, también los hombres estuvieron y están presentes pues es más que obvio que el feminismo y la de-construcción nos toca a todos y todas. (Aquí una buena reflexión al respecto)
En las banquetas había personas curiosas, otras indiferentes mirando desde sus comercios cerrados a los que gritamos: ¡Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente! También vimos mujeres vendiendo, pidiendo dinero en las calles o bendiciéndonos por el perdón de nuestros pecados; con más razón gritábamos fuerte ¡abortar, abortar el sistema patriarcal! seguido de la ¡Alerta feminista por Ámerica Latina! y el ¡Noooo, te dije que no...pendejo no...mi cuerpo es mío, yo decido, tengo autonomía, yo soy mía..!
Éramos muchas levantando nuestras pancartas con peticiones, con reflexiones, con vulvas, con imágenes de desaparecidas, con cifras de asesinadas.
Llegamos a la plancha del zócalo al grito de ¡ni una más, ni una más, ni una asesinada más! se me volvió a enchinar la piel sólo de tomar conciencia de que de alguna forma las que pudimos marchar, somos las que seguimos vivas, abracé a mi madre pensando que ojalá eso no fuera una victoria y ojalá eso no me diera algo de miedo, pero el miedo se hizo menor al sentirme acompañada, por mi madre, por conocidas que nos encontramos y por desconocidas con las que nuestras voces se hacían más fuertes y de alguna manera nuestros corazones también.
Varias cosas pasan por mi sentipensar:
No decidí ser mujer.
Pero he podido decidir por ejemplo: jugar fútbol, manejar un auto, votar, con qué pareja estar o qué carrera estudiar.
También he podido usar pantalones, condones y conocer sobre mi sexualidad.
No decidí ser mujer y temer ser violada o matada, víctima de trata o maltratada.
No decidí ser mujer, pero me siento contenta de lo que soy y sé que mucho de eso, ha sido consecuencia de muchas otras mujeres que decidieron antes que yo luchar por una vida mejor para nosotras y que lo siguen haciendo; mujeres migrantes, mujeres indígenas, mujeres prostitutas, mujeres trabajadoras, mujeres de todas las clases sociales.
Por ellas estoy agradecida y convencida de que nos toca seguir luchando, pues desafortunadamente no vamos ni a la mitad del camino para conseguir que se respete nuestra vida sin violencia y con dignidad (aquí un espeluznante análisis)
¿Cómo luchar? no tengo una sola respuesta, pero ayer en la marcha y cada día rodeada de mujeres inteligentes, fuertes y valientes en mi vida, confirmé que sólo podremos hacerlo juntas.
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