Cada verano tocaba visitar la casa de la abuela en la montaña.
Quince éramos en total quienes un poco amontonados pasábamos poco más de 10 días en las mismas paredes, respirando el mismo aire, cooperando para cocinar, lavar, se nos iban los días entre amaneceres y buenas pláticas, de esas que te hacen sentir de vacaciones.
Mi parte favorita era cuando sacaban álbumes antiguos, aquellos con un leve amarillamiento por el paso del tiempo, con fotos que se tomaron sin dobles tomas, con luz natural y cámaras pesadas, de esas fotos que huelen a nostalgia.
Mis primos y yo reíamos al ver los peinados, ropa y poses en otras épocas, era como viajar con la vista y encontrar en las imágenes sensaciones compartidas.
Cuando crecimos dejamos de ir todos pues entre el trabajo, las crisis y las parejas, no era tan fácil escaparnos; 10 años transcurrieron hasta que decidimos poner pausa a nuestras ajetreadas vidas y repetir una de esas reuniones.
Ese verano comenzó como cualquier otro, con abrazos apretados y anécdotas que explotan en risas, sin embargo pasó algo extraño, como todas las ocasiones sacamos los álbumes pero esta vez en muchas de las fotografías aparecía la cara de un hombre recortada, sólo se veía el cuerpo.
Mi primo Paúl fue el que se dio cuenta primero, nadie se acordaba de quién era ese cuerpo. Decidimos que al momento de cenar preguntaríamos a la familia por ese señor que salía en muchas ocasiones abrazando a diferentes miembros de la familia, queríamos saber por qué lo habían recortado.
La cena llegó y mi prima Lucía, la más grande de todas decidió sacar el tema, cuando preguntó, se hizo un silencio incómodo en la mesa. Mi madre contestó que era un amigo de la familia con quien hubo algunos problemas. El postre llegó y no se volvió a hablar de eso.
Esa noche tuve sueños extraños en los que cruzaba el mar en una lancha mientras caía una tormenta y a lo lejos un hombre me hacía señas para que fuera por él, desperté con la sensación de que ese que faltaba en las fotos era el que aparecía en mi sueño y me propuse investigar más sobre el asunto, decidí hacerlo al regreso a mi casa con más calma y para no crear la tensión familiar de la cena de la noche anterior.
Al despertar encontré un sobre en la mesa de a lado de la cama que decía: "después de la tormenta viene la calma", al abrirlo encontré todos los recortes de las fotos. Los recuerdos me comenzaron a invadir, esos recortes eran de la cabeza del hombre que no había querido ver todo este tiempo, me recorrió un escalofrío cuando me llegó la imagen del momento en el que hace unos años, en plena adolescencia le había pedido a mi abuela que lo recortara pues no quería que su presencia estorbara el placer que me causaba mirar los álbumes, me atormentaba su ausencia en mi vida, me agobiaba su parecido conmigo, me preocupaba no poder enfrentar la realidad.
De pronto me di cuenta de que había llegado el momento, busqué a mi madre, la abracé y le dije: es ahora.
Y ese fue el verano en el que conocí a mi padre.
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