Ignoré recomendaciones de mi prima y no llevé audífonos, en el avión me quisieron cobrar muchos euros por unos y me negué a comprarlos, aunque algunas horas después sin dormir me arrepentí pues a mi lado unos testigos de Jehová intentaron evangelizarme y yo no contaba con esos artefactos que permiten el aislamiento social por momentos, sobreviví a tal suerte después de todo tan politeísta como siempre y con un acto fallido de querer convencer a la testiga de que la biblia sería mejor si hablara de diosas mujeres.
Llegué a mi primer destino: Frankfurt y en un aeropuerto casi vacío me interrogaron sobre mi interés para entrar a Alemania, los motivos que me llevaron ahí y hasta me pidieron casi casi que les enseñara la invitación de mi novio para quedarme con él, después de un medio gacho interrogatorio me dejaron entrar, así iniciaban 12 días de pisar tierras germanas, frías, bellas.
Un día en Frankfurt bastó para admirar al Mein, su pintoresca arquitectura, linda catedral y puentes; desayunamos en "la sala de Amelie" y cenamos en un típico lugar con "schnitzel" y una salsa verde con papas al sartén, pudín de chocolate, vino de manzana, todo sabroso, sabroso.
Al siguiente día partimos en tren para Freiburg a encontrarme con una de mis amigas adoradas, ahí me maravillé con las callecitas de esa pequeña ciudad, su mercado, su juventud y tranquilidad que se respira, probé la "lange rote" y un ponche de frutas, estuve feliz.
Seguimos el viaje a Jena, la ciudad que tiene una de las universidades más "de izquierda" de Alemania, en la cual tuve la fortuna de pasar la noche hasta arriba de las montañas en una hermosa casa y conocer amigas y amigos que estudiaron con mi novio, interesantes, inteligentes y muy simpáticas, de regreso a Berlin, pasamos a visitar la escultura de Schiller y Goethe en Weimar, caminar por sus callejones, probar papas típicas y respirar otros aires, de una región poética.
Al fin llegamos a Berlin, ahí siguió el resto del viaje, entre cariños de otra amiga que pude ver y me llenó el corazón, con quien paseamos entre librerías, museos, bibliotecas, probamos chamorros, vinos, bailamos, reímos. Yo, enamorada, tuve un viaje inolvidable, recibí de lujo los 27 con planes sabrosos y una compañía inigualable, fue una bendición haber ido, me sentí querida, consentida, afortunada.
El vuelo de regreso estuvo más tranquilo, pude dormir y aunque corrí de terminal a terminal en Cancún, con exceso de ropa y calor para no perder el vuelo que me traería a la ciudad, llegué bien y al entrar al país en la aduana no me preguntaron nada, al contrario, la mujer del mostrador me miró con alegría en los ojos y me dijo: bienvenida; yo sólo pensé, gracias México, no pierdas nunca tu capacidad de bien- recibir a quienes llegamos.
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