sábado, 20 de junio de 2020

El día más largo del año y no me casé

Me gusta escribir cuando me llegan motivos para hacerlo.
Hoy es de esos días.
Si no hubiera sido por la pandemia, a esta hora, ya estaría casada, tal vez estaría sudando en la pista de la mano de mi esposo con muchas personas emocionadas por esa decisión. Sin embargo, estoy en una tarde lluviosa, en mi hogar, con la persona que elegí para que sea mi compañero, una persona hermosa en todos sentidos, saboreando el mejor alfajor que he probado en mucho tiempo y que curiosa y afortunadamente venden a una cuadra de donde vivimos.
También estoy con muchos pensamientos que me rodean, pues ayer me enteré que dejaré de trabajar en la Ibero a finales de julio y tengo muchas preguntas con respecto a lo que sucedió en ese lugar, lo que aprendí, lo que pude hacer mejor, lo que sale de mis manos, lo injusto, lo justo y bueno sobre todo agradecida porque conocí a personas muy hermosas y me apasioné aún más por los temas de la educación ambiental. Ahora tengo muchas ideas, proyectos, sueños en mente, espero que vengan con remuneración digna, lucharé por ello, es una lucha urgente para las de nuestra generación.

Hay una sensación rara cuando las cosas no suceden como lo planeado, cuando la vida, tu jefa, una enfermedad contagiosa o lo que sea, decide, y con ello afecta tu presente y también tu futuro. Pero en ese caso no queda más que abrazar lo que no puedes cambiar (como diría mi futuro esposo) y yo le agregaría y empujar lo que sí puedes.

Este 20 de junio, el "día más largo del año" lo habíamos elegido para hacer un pachangón por habernos encontrado y elegido, con un poco de romanticismo, de ritual, pero sobre todo como un acto de unión entre todas nuestras tribus.
Este día se recorrerá hasta el próximo año y gracias a eso podrán estar personas que hoy no hubieran podido venir, 3 de ellas porque estarían por parir en poco tiempo. Lo que significa que se sumarán a las tribus, otros tres integrantes, me emociona eso, a veces lo inesperado abre oportunidades bonitas.

De todos los planes que el Coronavirus ha cambiado, el nuestro creo que es de los menos graves, nos regala más tiempo para saborearnos el momento, pensarla mejor, qué tal que nos rajamos (jeje, no se asusten) la fiesta se logrará y llegará con más ganas de abrazarnos.

Además, hoy amanecí con un grano enorme en la cara, así no me hubiera podido casar, jajajaja





lunes, 15 de junio de 2020

Brillar (cuidar) en tiempos de coronavirus

Mientras veo por mi ventana cómo empiezan a caer las primeras gotas de lluvia,
un pájaro parado en el árbol, me mira y luego mira al horizonte. Él afuera, yo adentro.
Él volará con sus alas, yo con mi imaginación y escritura. 

Son contados los días que he podido pasar sin horarios, desde pequeña,
asistía a clases de natación, gimnasia, futbol, volibol, pintura, además de a la escuela,
en la que pasé 22 años de mi vida aproximadamente con tiempos estrictos de entrada,
receso, clases, salida. Entre eventos sociales, partidos y compromisos puntuales; el reloj,
me ha acompañado en la cotidianidad, también la gente, los pájaros  y por supuesto
las lluvias, esas que se disfrutan sobre todo en la comodidad del hogar.
Que por el momento puedo tener.

Mi cinta de vida, hasta hace poco más de un mes, corría con pocas pausas,
en ciertas vacaciones o contados días en los que decidía quedarme en casa,
casi siempre sabiendo que dejaba de hacer algo o de ver a alguien.
En la lógica de productividad y aceleración, no hay tiempo que “perder”.

Entre el tiempo y la compañía se han tejido mis primeros 30 años.

Hoy, el aislamiento obligado me ha hecho vivirme diferente, despertar sin despertador,
desayunar con calma, escuchar mi cuerpo para comer, desplazarme para leer entre sillones,
conforme el sol que se asoma en los rincones de mi casa, marque el ritmo.
Un ritmo pausado. Como sintiéndome en calma, aunque
¿no es una tormenta lo que estamos viviendo?

El privilegio de la calma no le toca a todas las personas y eso es parte de la
normalidad que espero cambie después de todo.
Pues las lluvias son bellas si no te mojan o arruinan el día.

Con más detalle, estos días, he podido percibir que a toda hora, alguien trabaja afuera,
barriendo, vendiendo tamales, elotes, camotes, fierro viejo, pan, gas o tal vez repartiendo ,
sanando, cuidando en hospitales y casas, en calles.

Como diría Boff, los mitos antiguos y los pensadores contemporáneos más profundos
nos enseñan que la esencia humana no se encuentra en la inteligencia,
en la libertad ni en la creatividad, sino básicamente en la capacidad de cuidar. 

Una pandemia nos está recordando el cuidado necesario de una extraña forma
en la que se nos pide distanciarnos, qué ironía. 
Antes de esto, si pensaba en lo que significa cuidar,
siempre me imaginaba rodeada de personas que apapacharan,
cocinaran, limpiaran, se escucharan entre ellas, con masajes, cantos colectivos,
comidas compartidas, rituales. 
El cuidado para mí siempre ha tenido rostros cambiantes.
A veces ha sido mi abuela sirviendo comidas deliciosas, mi madre pidéndome que no
salga sin paraguas, mi padre haciéndome el desayuno antes de ir a la escuela,
mi tía prestándome ropa, mi prima haciendo una sopa, mi hermano esperándome
afuera del colegio. Actualmente, ya en mi vida adulta, el cuidado va cambiando lentamente
y en este confinamiento lo he podido percibir con más detalle. 
Hace unos días me sangró mucho la nariz y mi pareja asustado,
llamó a un médico para que nos diera indicaciones.
Para él, el cuidado muchas veces tiene que ver con llamar al médico de la familia
y seguir las indicaciones, para mí, cuidarnos tiene que ver menos con médicos
y más con propias estrategias que incluyen trapos, chochitos, tés, descanso.
Cada quien traza sus rutas de cuidado y se convence a sí mismo de que hace lo
mejor para sobrevivir. En pocas palabras, cada quién elige sus propios paraguas.

El cuidado con la pandemia, parece que ha pasado a volverse nuestro invitado en
cada instante.

Y yo, he tomado conciencia de que todas las personas que me han cuidado,
habitan en un mismo espacio y a pesar del distanciamiento social,  las y los siento cerca,
dándome consejos al oído: “no salgas sin tapabocas”, “lava bien tus manos”,
“desinfecta la suela de los zapatos”, “compra suficiente comida”, “riega más las plantas”.
En cada frase se dibuja un rostro, o varios que habitan lo que soy y me acompañan
para enfrentar mejor estos días, y son ellas y ellos que siempre me han cuidado,
que actualmente me dicen que si seguimos cuidándonos y recordando a quienes
nos enseñaron a cuidar, todo estará bien. 

Me gusta aferrarme a esa idea: todo estará bien.
Aunque a veces me cuesta más trabajo cuando pienso en las desigualdades de nuestra
región, en que el cuidado para algunas es una opción que se disfruta y
para otras es una necesidad, un trabajo mal remunerado, un riesgo cotidiano de muerte,
tal y como se narra aquí:
https://nuso.org/articulo/las-que-cuidan/?utm_source=email&utm_medium=email . 
Y así son las lluvias, para algunas un alivio a la sequía, para otras una inundación.

Frente a la incertidumbre del “Coronavirus”, el cuidado mutuo es un arma poderosa,
así como la colaboración y escucha. Ahora más que nunca las y los tomadores de decisiones
en el mundo, se deben escuchar, compartir experiencias,
ayudar para salvar la mayor cantidad de vidas posibles y sí, nosotras y nosotras también
somos tomadores de decisiones, algunos con más calma, otras con más trabajo.
Pero esta arma poderosa, este invitado cotidiano que significa el cuidado,
no servirá de nada si no se llama a otros invitados muy importantes: la justicia e igualdad.

No sirve de nada cuidarnos ahora, si no se emprenden acciones que modifiquen
nuestra forma de vida por una que cuide de manera constante, acabando con la pobreza,
enfrentando la crisis socioambiental, defendiendo la vida no sólo frente a una epidemia,
sino con cada acción y decisión.  No sirve un paraguas cuando hay tormentas eléctricas.

Al terminar de escribir esto, el primer pájaro que llegó al árbol ya tiene compañía y ahora
muchos pájaros cantan, juntos, protegidos por el árbol, 
recordándome que bajo la lluvia se puede cantar y que quizá situándose en los sitios
adecuados, se puede mirar al horizonte pues hasta la tormenta es una oportunidad.

¿Sabremos aprovecharla?

Las buenas lluvias permiten cosechas si se siembra lo adecuado y se trabaja en
crear tierra fértil.





Nota:
Algunas herencias virtuosas del coronavirus podrían ser:

- trámites más ágiles
- posibilidad de retomar espacios públicos de otra manera
- posibilidad de cambiar el transporte
- necesidad de transformar el trabajo en algo más justo y digno
- valorar aún más la presencia y el cuerpo.

Algunas preguntas en la virtualidad:

¿En la pantalla se nota mi distracción, en la pantalla se nota mi interés?
¿Cómo habitar los espacios virtuales?
¿Cómo hablarte a ti mismo y a una pantalla?

¿Cómo conectar realmente?


Por último un intento de poema.

La educación no se hizo para las pantallas,
en ellas los cuerpos no caben,
se descuartizan.

Las miradas no se hicieron para las cámaras,
pierden su fuerza y se confunde la valentía, la esperanza,
más bien aparecen borrosas e intermitentes
y difícilmente me transmiten confianza.

Los micrófonos no entienden de voces
se escuchan lejos
se escuchan ecos

y la virtualidad no permite tejer lazos
pues seguido se caen las redes,
o el sistema.
Bueno ese nunca ha estado no caído.

No, la educación no se hizo para que alguien silencie las voces,
ni para que al apagar una cámara desaparezca una presencia.

La educación requiere cuerpos,
calor, cercanía, miradas, desobediencias,
cuerpos, abrazos, olores, sudores.
Vida real.

Los dolores son parte de educarnos,

los abrazos también,

sobre todo esos,
que nada nos los quite.