viernes, 7 de abril de 2023

Mi nombre en persa

Estos meses he pensado mucho en las desigualdades y su relación con la pedagogía,  pues desde el 1° de febrero tengo un nuevo trabajo dentro de la coordinación de actividades para infancias y juventudes en un refugio en el Este de Berlín. Ahí viven personas de más de 20 países que dejaron sus "patrias" por diferentes motivos, aunque casi todas por motivos de guerras y violencia.

Berlín, ha sido para mí esa ventana que me ha permitido mirarme más pequeñita en la inmensidad del mundo pues viviendo en Ciudad de México, es muy poco lo que una puede ver de países como Siria, Líbano, Irak, Irán, Afganistán, Georgia, Turquía, Etiopía, Vietnam, Ucrania, Pakistán,  etc. La verdad, no pensé poder escuchar idiomas tan diversos en mi vida y conocer aunque sea una rebanadita de tantas culturas.

Y dentro de toda la desigualdad, de colores, de tamaños, de sonidos, de circunstancias, tradiciones, valores y condiciones económicas, de sueños, de formas de criar, de formas de relacionarse, entre muchas otras cosas, siento que mi trabajo tiene que enfocarse en desarrollar estrategias en las que se generen puntos de encuentro, en los cuales, aunque sea por un momento, nos sintamos iguales todos y todas.

Se trata de volver a la sencillez, por ejemplo de bailar al ritmo de una misma canción, superar un reto dentro de un juego, construir colectivamente una lona para una fiesta, reír al mismo tiempo de la creatividad de una niña, preparar galletas en conjunto o limpiar entre todos nuestros espacios compartidos.

Siempre he creído que la pedagogía justamente se trata de que las personas recordemos lo que nos hace personas, dejando de lado nuestros orígenes y conectando con la solidaridad; y es curioso que aquellas actividades en las que me cae más fácil lograrlo casi siempre tienen que ver con actividades de cuidado y autocuidado.

Creo que es de los trabajos más difíciles que he hecho, no sólo porque lo debo hacer en gran parte en alemán, sino por estar tan cerca de crisis tan fuertes mundiales que me recuerdan lo lejos que todavía estamos de un mundo donde haya dignidad, paz, respeto a los derechos humanos y a la naturaleza, trabajo digno, vivienda y un gran etc..

 Nunca me había tocado que la pedagogía no solo sirviera para recordar lo que nos hace personas, sino también para olvidar lo más oscuro de la humanidad. 

Debo aceptar que he tenido días difíciles, en los que me quiebro y ahí agradezco tener que hacer esas actividades domésticas, esas pláticas son personas queridas, esos instantes de contemplación, pues son esos instantes que me regresan a lo sencillo y me recuerdan los privilegios en los que vivo.

Al final de cada día, intento hacer un recuento de instantes en los que las infancias y juventudes me enseñan que a pesar de las crisis, siempre hay motivos para levantarse a construir la vida que queremos.

Ayer, por ejemplo, una joven de Afganistán que llegó a Berlín con su madre, quien por ser maestra estaba amenazada de muerte por los talibanes; me hizo un regalo, tan sencillo, pero que me conmovió casi hasta las lágrimas: escribió mi nombre en persa.

Ella cree que sólo me dio un papel que dice Andrea con otro alfabeto y de derecha a izquierda, pero en realidad me ha dado un tesoro: la oportunidad de verme a mí misma desde otro ángulo, uno en el que ni mi nombre ni mi corazón se definen en un solo idioma.