lunes, 4 de febrero de 2013

las abuelas como el tiempo, vuelan.

Con esos ojos que reflejaban su alegría, esa ventana del alma que deja ver que la vida no es fácil, me  sonrió y me respondió: si yo fuera un animal, sería una vaca contenta.

A sus 86 años, era mucho lo que había caminado y su cuerpo contaba esas historias que le había tocado vivir, tenía ratos de gratitud por esos días de felicidad, aunque otros la llenaban de tristeza al saber que el mundo aún tiene mucho por mejorar.
Con sus palabras, iba construyendo su pasado y transmitiendo emociones; los recuerdos lúcidos llegaban a su mente y en ocasiones llenaban de lágrimas sus pupilas, muchos duelos y pérdidas le tocaron enfrentar.
Darse cuenta del paso del tiempo, nunca ha sido fácil, menos cuando el cuerpo ya no responde como se desea.

Su muerte nos llegó un 25 de diciembre cuando todo parecía que era festejo.
No es fácil enfrentarse a las pérdidas de las abuelas, sin embargo, es parte de la vida que sigue.

Al final, después de poco más de un mes de su fallecimiento y de enterarme de varias abuelas que se han ido recientemente a donde sea que les toque, me queda la sensación de formar parte de una generación afortunada que ha podido disfrutar de los adultos mayores como pocos jóvenes lo han hecho, aprender de sus historias y observar el proceso de envejecimiento humano con otros ojos, unos que nos permitan asimilar los cambios, la importancia de un proyecto de vida y de hacernos de herramientas que con el paso del tiempo nos sirvan para enfrentar esos caminos que nos pueden llenar de sorpresas agradables o no.

Siempre me ha gustado más ver al vaso medio lleno que medio vacío.
Y en este caso,la muerte de un ser querido me parece que no es más que una oportunidad para reconstruirnos a nosotros mismos, sin olvidarnos de lo que esa persona significa para nosotros.

Una dosis exacta de recuerdos puede ayudar para que sigamos caminando, sin embargo una sobredosis nos puede paralizar. Supongo que cada uno sabrá qué cantidades convienen según sea el caso.

En mi caso, recuerdo a mi yaya Cuca cada que puedo, la firmeza en sus convicciones, el sazón a cada platillo, la clase con la que se enfrentaba a los diferentes momentos, el cariño, fortaleza, sentido del humor y del amor, enseñanzas, anécdotas y cada mirada que me decía que aunque la vida no es fácil, siempre se puede decidir, vivirla como una vaca contenta.


2 comentarios:

  1. La Yaya Cuca dejó como herencia más importante a este mundo que aún tiene mucho que mejorar, una nieta maravillosa, con la fuerza y entereza, no solo de su abuela, sino de toda su gloriosa estirpe.

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