domingo, 1 de septiembre de 2013

Semillas de esperanza

"NO A LA GUERRA, OTRO MUNDO ES POSIBLE"
Esa es una de las cosas que dicen los zapatistas y a diferencia de muchos otros que no lo hacen, ellos y ellas sí cumplen su palabra y bastó estar una semana en su territorio para comprobar la existencia de ese otro mundo.
Con el cumplimiento de los 10 años de los caracoles había mucho que festejar, pues su existencia es la prueba de que la organización horizontal no es tan lejana como el horizonte sino algo que se construye a paso de caracol, día con día.
Con este pretexto tal vez, decidieron organizar una gran fiesta que estuvo seguida de otra a la que llamaron "la escuelita zapatista: la libertad según lxs zapatistas" a la cual tuve la fortuna de asistir gracias a que formo parte del Colectivo Lectura de la Realidad en el Aula de la FFyL, en el cual analizamos la realidad tomando como eje a las comunidades zapatistas.
Después de bailar y cantar en Oventik la noche del festejo y comprobar que ni la lluvia ni el lodo detienen su caminar, nos dirigimos al CIDECI de San Cristóbal, en donde se realizó nuestra inscripción y con ansias esperamos el momento en el que nos dirían a cual de los 5 caracoles nos tocaría asistir.
"Roberto Barrios" se llamó en el que se desarrolló esta gran experiencia, el cual se encuentra aproximadamente a 8 horas desde San Cristóbal.
El camino fue largo pero ligero pues se acompañaba de las charlas entre quienes no nos conocíamos y las preguntas que le hacíamos al conductor; el atardecer nos tocó verlo por las montañas chiapanecas y los silencios se acompañaban de nuestros pensamientos llenos de dudas a cerca de lo que nos esperaba.
La imaginación volaba y más aún con algunos comentarios de Andrés, el conductor, quién con toda la calma y a la pregunta de: ¿qué animales hay por donde vamos? contestaba: sirenas, hay sirenas.
Nuestros rostros incrédulos lo bombardeaban , ¿Sirenas? Sí contestaba, de esas mujeres que viven en el agua, hace poco vimos una por acá.
Eso nutría nuestras ganas de descubrir ese mundo que parecía tan lejano a nuestras realidades cotidianas, en el que incluso nos esperaban sirenas...Claro pensaba yo, hasta el mundo de las sirenas cabe en los mundos zapatistas.
Al llegar al caracol de noche, linternas y ojos atentos que dejaban ver los pasamontañas, nos pidieron que formáramos una fila para entrar y entre aplausos y consignas de ¡Viva la libertad! ¡Viva la autonomía! ¡Viva la educación! y muchas cosas más, la piel se estremecía y ya comenzaba a sentirme parte de algo diferente, sonreí.
Cantamos los himnos, escuchamos las bienvenidas de la Junta del Buen Gobierno, cenamos y dormimos, todos y todas cupimos.
Al siguiente día nos presentaron a nuestro Votán o en mi caso Votana, quién nos cuidaría y acompañaría en nuestra educación, Mareli de 17 años se levantó para saludarme, "mucho gusto compañera, gracias por venir. Gracias a ustedes por invitarnos, le dije. Lo único que nosotros queremos es que las cosas en este país estén mejor, contestó.
Las clases comenzaron en el auditorio y nuestros libros (Gobierno Autónomo 1 y 2, Participación de las mujeres en el gobierno Autónomo y Resistencia Autónoma) fueron resumidos con claridad por parte de hombres y mujeres de la junta del Buen Gobierno quienes tienen 7 principios de autoridad:
Servir y no servirse
Representar y no suplantar
Proponer y no imponer
Convencer y no vencer
Obedecer y no mandar
Construir y no destruir
Bajar y no subir
Después de escuchar atentos cada una de las palabras, alistamos nuestras cosas.
Al poco rato nos asignaron la comunidad en la que pasaríamos las siguientes 3 noches, Pinotepa se llamaba la mía y estaba a 2 horas en camioneta y otras 2 horas más caminando desde el caracol, "está sí esta lejos" decía Mareli, mientras caminaba sin esfuerzos descalza por las montañas. Yo desde el principio no dejaba de verla con admiración y observar a mis botas y torpeza para caminar en las montañas con un poco de coraje que acababa en risas con cada tropiezo.
Por fin llegamos y un grupo más de mujeres, niños y ancianos nos esperaba en lo alto de la montaña, sólo una casa tenía luz que no fuera la de las velas, esa casa nos tocó a Mareli y a mi, sonreímos pues ella decía que en su casa sí llegaba la electricidad, sin embargo en Pinotepa, Cristóbal, el dueño de la casa donde nos recibieron, era el único que contaba con un panel solar que le daba energía para dos focos.
Llegamos a conocer a Pancha, la esposa de Cristóbal , una señora de unos 65 años que no hablaba más que chol y que nos recibió con un plato caliente de pasta que nos supo a gloria después de la caminata.
Nos bañamos a cubetadas de agua fría y dormimos los 5 en un cuarto (Pancha, Cristóbal, Panchita-su nieta de 8 años, Mareli y yo) a mí me tocó hamaca y esas 3 noches fue toda una experiencia dormir arrullada por el suspiro del viento.
Los días estuvieron llenos de actividades domésticas, desgranar elotes, lavarlos, moler en el nixtamal, hacer tortillas, jugar con Panchita; pocas veces salimos de la casa pues decían que el potrero y la milpa estaban muy lejanos, sin embargo fuimos a un arroyito y en el camino comí extrañas frutas que Irayda (la otra nieta de 10 años) bajaba de los árboles. En las tardes íbamos a la canchita de fútbol a encontrarnos con el resto de los estudiantes y guardianes, dos ocasiones tuve la oportunidad de jugar con más de 20 niños y niñas choles y sorprenderme con su sentido colectivo en todos los juegos
A mí se me ocurría ponerles juegos que tenían como regla que el primero que llegara "ganaba" sin embargo al darme cuenta de que todos y todas intentaban llegar al mismo tiempo, tuve que cambiar las reglas;
volví a sonreír, ojalá algunos niños y niñas de la ciudad tuvieran ese sentido colectivo y no se empujaran o pisaran para ganar, ahí me acordaba de los tojolabales, quiénes claramente dicen que si llegan todas y todos juntos, es mejor.
Los días transcurrieron rápidamente y en menos de lo que creía ya estábamos caminando de regreso, Cristóbal me platicaba cómo era su vida antes del zapatismo "vivía explotado y no me alcanzaba ni para comer" "ahora ya estamos mejor, más tranquilos, es más justo después de que nos organizamos"."Ahora ya casi ni necesitamos el dinero porque el dinero no se puede comer" Esa es una de las historias de dignidad que muchos y muchas zapatistas han experimentado, tienen su milpa, sus animales, su propio sistema de salud, de educación, de democracia en la que todas las voces son escuchadas.

Después de la despedida en la comunidad y de la caminata, llegamos al caracol, en donde hubo baile la última noche y a penas con tanto movimiento corporal se acomodaban todas las vivencias que tuve en tan corto tiempo, Mareli y yo nos reíamos mientras hacíamos algunos pasos, yo la seguía mirando con admiración, me costó trabajo despedirme pero con un abrazo intenté comunicarle todo mi agradecimiento.
No me podía dejar ninguna forma de comunicarnos, así que nuestro encuentro sólo duró lo que la escuelita, sólo duró lo que dura un corazón.
Nos regresamos, de nuevo 8 horas pero diferentes, ya no éramos las mismas que llegamos.
Al llegar al CIDECI, otro evento lleno de dignidad nos recibió, la Cátedra Tata Juan Chávez en donde convergieron muchas luchas más; la tristeza que da saber que los pueblos indígenas viven muchas injusticias a diario se compenso con la alegría de verlos luchando, por la vida, por la tierra, por la libertad.

La escuelita zapatista ya forma parte de las mejores experiencias de mi vida, por las personas que conocí, por las realidades que comprendí, por el aire que respiré; por toda una experiencia  en donde confirmé que las armas pueden estar al servicio de la vida, a diferencia de lo que el "mal gobierno" , paramilitares y el crimen organizado han demostrado.
Entendí que el concepto de justicia no tiene porque estar peleado con el de libertad y que los seres humanos somos capaces de dejar intereses individuales para organizarnos y disfrutar lo que el mundo nos da todos y todas con las mismas posibilidades.

Aunque todo lo vivido difícilmente cabe en palabras no me queda más que decir:
Gracias zapatistas por cada cosa que aprendí, por ser semillas de esperanzas que crecen abajo y a la izquierda y por gritarnos con sus pasamontañas que es necesario emparejarnos para caminar.









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