Un 27 de junio del 2024, a las 41 semanas de embarazo, empezamos mi pareja y yo con el plan “bebé Tiago ya toca que nazcas” pues temíamos alguna calcificación en la placenta y yo no quería que me tuvieran que provocar el parto; mi deseo era que fuera la voluntad de mi cuerpo sumada a la de mi bebé lo que decidiera cuándo y cómo nacer. El plan incluyó: caminatas, baile, masaje del cuello del útero, subida y bajada de escaleras, baño en tina, revotar en la pelota, comer dátiles y jugar pin-pon; esto último fue un consejo que nos dio una amiga de mi pareja, lo cual para ella funcionó y para nosotros, al parecer, sumado a todo lo demás, también hizo que las contracciones se hicieran más intensas y constantes.
Fueron alrededor de 30 horas las que pasé con contracciones soportables
antes de ir a la clínica AVK en Berlín. Una vez ahí, revisaron el corazón del
bebé y me hicieron un primer tacto, en el cual ya tenía 3 cm de dilatación. Al
parecer se estaba acercando el gran momento, sin embargo, me enviaron de nuevo
a casa por mis cosas y a comer algo.
En la caminata a casa, me inclinaba cada 10 minutos para
respirar hasta que pasara la contracción y una emoción me invadía de saber que
todo indicaba que se estaban cumpliendo las voluntades sin intervención médica.
Un par de horas después, regresamos a la clínica y nos pasaron directo a la
sala de parto con tina, ahí estuvimos mi pareja y yo, y el bebé, al cual
escuchábamos constantemente con el aparato que se conectaba a su corazón. Ahí
me encajaron un pequeño dispositivo a la vena, por el cual, si era necesario,
inyectarían medicina para controlar hemorragias, pues mis plaquetas estaban un
poco bajas. El dolor de ese dispositivo en mi mano, todavía era más molesto que
las contracciones. Sin embargo, no paso mucho tiempo para sentir contracciones
más intensas y tener esperanza de que la dilatación estuviera avanzando
efectivamente; los masajes y porras de mi pareja, los chocolates, la música y
mi concentración en la respiración, me mantenían a flote.
Cuando la partera revisó después de 4 horas de esas
contracciones intensas, sólo había dilatado un centímetro más; en ese momento
mi esperanza era que en la tina todo fluyera mejor, por eso sentí que se me fue
el alma al suelo, cuando me avisaron que ,por el tema de mis plaquetas, no
sería posible hacer el parto en agua. Entonces me ofrecieron acelerar el
proceso con (algo que no sé cómo se llama que aceleraría las contracciones) y
me dijeron que podía hacer uso de diferentes medios contra el dolor como: el
gas de la risa, un aparato de corriente eléctrica para la espalda y un
analgésico intravenoso e incluso la epidural. Les dije que quería todo, menos
la epidural, que todavía sentía que podría sin ella. Probe con todos los medios
sin sentir un gran cambio y las contracciones sí que se intensificaron, a tal
grado que yo sentía que ya estaba en otro planeta, llamando a todas las fuerzas
del universo para que me apoyaran en esos momentos, no supe cuánto tiempo pasó,
pero de pronto se rompió la fuente y de ahí entramos a la última etapa.
Ya estaba sintiendo ganas de pujar y la partera me recomendaba no hacerlo
todavía para evitar desgarros, esa fue de las partes más retadoras. Yo seguí
moviéndome por todo el cuarto, sentándome, agachándome, poniéndome en 4 puntos.
Hasta que sentí que ya no podía aguantar más, entonces ella me dijo que me
colocara de lado, levantando una pierna y apoyándola en mi pareja. Empezaron
los pujidos y los gritos, hasta que al 4 pujido, me dijo que intentara no gritar
tanto y mejor concentrara mi fuerza hacia la expulsión. Así fue como de pronto
escuché “ya veo pelo” y supe que la cabeza de Tiago nos hacía su primer saludo,
bajé mi mano para sentirlo, sonreí y agarre nuevamente fuerzas hasta que nació
él y nací yo como madre.
---Todo lo anterior lo escribí en Agosto del 2024, es
decir, dos meses después de parir----
Y hoy, a un año de ese momento, me vienen a la mente elementos
curiosos de ese día: como la sensación de no poder más y justo ahí lograrlo;
como la confusión al llegar a un cuarto con un bebé al que no sabía cómo
mantener con vida; como la pesadez de un cuerpo agotado del trabajo de parto,
sin saber que lo más cansado apenas comenzaba; como la frustración que sentí al
ver la comida del hospital que era pan con queso y lo mucho que mi alma me
regresó cuando mi mamá me llevó unas enfrijoladas caseras; como el pensamiento
que tuve al ver un reloj inservible en la habitación y tener la certeza de que
era una señal de cómo hasta el sentido del tiempo había cambiado con la llegada
de Tiago.
Desde ese día soy otra, mi pareja es otra, mi mamá, mi papá,
mis suegros, mis amigas…son otras porque ahora vive en nuestras preocupaciones
y en nuestros corazones un nuevo ser humano y por primera vez he podido ver de cerca
y vivir con carne y hueso lo que significa hacer y ver crecer a alguien desde
el minuto uno de existencia y, por un lado, me siento tan agradecida y
bendecida de ese privilegio que amo más la vida, pero por otro también la odio
más, pues aún entiendo menos, cómo es que siguen existiendo quienes matan,
hacen guerras, destruyen vidas. Si pudieran tan solo sentir un poquito lo mucho que
significa parir y luego lograr que una persona sobreviva desde su primer año de
vida, habría paz y más respeto a todas las vidas del planeta que cuestan
taaaaanto.
Y ese amor-odio que me creció este tiempo, es solo un lado
de la ambivalencia que significa la maternidad, la cual sigo navegando, a veces
sintiendo que voy sobre la ola, otras sintiendo que me revuelca, pero cuando
siento que estoy por ahogarme, siempre me han venido a salvar mis afectos y con
ello, han salvado también a Tiago.
Felicidades a mí, a Tiago, a Adrián y a quienes nos siguen salvando, no dejen de aventarnos salvavidas, el primer año ya lo logramos... a seguirle pues.
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